miércoles, 3 de diciembre de 2014

"Gloria del Pacífico" o las paradojas de la guerra y el cine peruano

por Christian Wiener

Páginas heroicas
Es bastante paradójico y hasta simbólico del Perú actual lo sucedido a la película peruana “Gloria del Pacífico” de Juan Carlos Oganes. Como se sabe, es una película que busca recrear los hechos históricos que rodearon la guerra con Chile en 1880 y los sucesos y personajes que participaron de las batallas del Alto de la Alianza y Arica.  El cine peruano, en general, escasamente ha abordado estos temas del pasado, siendo tal vez el único antecedente la cinta “Páginas heroicas” filmada en el año 1926 por José A. Carvalho, y prohibida por la Junta Censora del entonces gobierno de Leguía (que en esos años negociaba con Chile la devolución de las “provincias cautivas” de Tacna y Arica), lo que finalmente terminó frustrando la carrera de los productores, condenando la película al ostracismo y la leyenda. 

“Gloria del Pacífico”, por suerte, no ha tenido tan funesto destino, lo que no podía ser de otra manera, porque la censura oficial no existe en el país desde el año 1980. Sin embargo, y como ya ha sucedido antes, hay otras formas más sutiles pero no por ello menos perversas de boicotear una película, y es la manera como los exhibidores la van segregando y arrinconando en sus salas, a pesar que no se pueda decir en este caso que no haya asistido público para verla. Pero se dirá que de todas maneras se ha estrenado, omitiendo que por las ambiciones de la producción, esta hubiera requerido un trato cuando menos  similar al que brindan a tanto blockbuster gringo conque inundan cada cierto tiempo la cartelera, lo que ha obligado a la producción a buscar formas alternativas de distribución en el interior del país. Otros que también fueron, por decir lo menos, poco promocionales y en algunos casos hasta mezquinos, fueron los grandes medios de comunicación,  en especial si uno compara con la manera como exaltaban y publicitaron a “Asu Mare” o “A los 40”, así como otros estrenos más mediáticos o con temas menos controversiales. Y por último, por parte del propio Estado, ya que si bien la película no recibió ninguna de los diferentes tipos de ayuda y subvenciones que brinda la Ley de Cine y el fondo Ibermedia, realizándose exclusivamente con capitales privados, pudo cuando menos haber tenido un impulso y promoción cuando menos para su estreno, no solo por parte del Ministerio de Cultura sino también del de Educación, que buena falta hacen producciones como esta para la currícula escolar.

Por lo demás, y hay que decirlo, la cinta de Oganes es digna y logra superar una serie de prejuicios y caricaturas a los que suele ser tan afecta estas producciones, presentando una visión de los hechos bastante sugerente y convincente en sus escenas de acción, que más allá de alguna frase o pose para la historia, impresiona por su despliegue y ambición. Lo que es no poca cosa en un país que hasta hace poco no quería mirar atrás ni indagar en su historia, a no ser para burlarse de ella, como irresponsablemente  sucedió con la obra teatral “Perú jaja” (vale la pena mencionar que otro interesante antecedente, poco valorado, son los cromos heroicos con que juega la niña Cayetana de “Las malas intenciones” de Rosario García-Montero).

Sin embargo, hablaba al inicio de las paradojas que rodean a esta película y una de ellas es la coincidencia histórica con el fallo del Tribunal de la Haya sobre los límites marítimos con el vecino del sur (lo que demuestra la plena vigencia y actualidad del tema, al igual – y no es casualidad- que “Páginas heroicas” en los años 20). Pero lo más paradojal es que su estreno se dio en el contexto de un gobierno que se proclama nacionalista, con un Presidente, militar por añadidura, y cuya imagen  de candidato se construyó en gran parte reivindicando los fueros de la nación frente a los anteriores gobiernos entreguistas, y una de cuyas banderas principales fue reivindicar la bandera,  los honores mancillados y las heridas abiertas por el ejército chileno en ese doloroso conflicto que nos enfrentó conjuntamente con Bolivia. En ese sentido, “Gloria del Pacífico” pudo convertirse en la película que mejor expresara ese sentimiento, no desde un punto de vista oficial u oficialista, sino como símbolo de dignificación y relectura histórica de un gobierno cuyas doctrinas primigenias y motivaciones de sus simpatizantes se proyectaban en ese sentido. Pero nada de eso ha sucedido, sino todo lo contrario, la película a nivel oficial se cubre con el manto del silencio culposo, como aquellos que no quieren que le recuerden eventos de su pasado que prefieren enterrar en los recuerdos.  Dicen en cambio los rumores palaciegos que la película peruana más celebrada de los últimos tiempos en las esferas del poder ha sido “Asu mare”, con todo su humor criollo, discurso arribista y "Marca Perú", lo que no deja también de ser altamente simbólico de lo que ha pasado en este país de las maravillas en estos últimos años.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Complacencia cinematográfica

por Christian Wiener F

Hace unos días, el periodista Augusto Álvarez Rodrich hacía mención en su columna diaria del Diario La República, a propósito de la desaceleración económica  y el último paquetazo económico,  de unas declaraciones de Gastón Acurio donde advertía sobre el riesgo de la complacencia por todo lo conseguido en la gastronomía peruana. 

Lo manifestado por el conocido chef no se encuentra lejos de la verdad, ya que es innegable que los éxitos y reconocimientos de la comida nacional han llevado a muchos en el sector, y fuera de él, a creer que ya todo estaba hecho y había que vivir de la fama sin preocuparse en innovar en un mercado tan competitivo e impredecible. Y lo mismo podría aplicarse según AAR a la economía, donde las cifras macroeconómicas y certificaciones de los organismos financieros internacionales hicieron a muchos confiar en una solidez inquebrantable e infinita del modelo económico, pero no contaban con que los precios internacionales de la materias primas se cayeran y las inversiones se retrajeran, para que el celebrado modelo comenzara a mostrar sus debilidades y limitaciones.


No son ciertamente los únicos casos de autocomplacencia nacional en los tiempos de la “Marca Perú”, ya que se presenta también en otros sectores, como el caso del cine. Efectivamente, de un tiempo a esta parte, y producto de varios factores como la multiplicación de estrenos peruanos a cifras antes impensables, los resonantes éxitos comerciales obtenidos por algunas cintas y la asignación, por fin, de la totalidad de los recursos presupuestales establecidos  en la Ley 26370 para los concursos de cine, han llevado a muchos a pensar que estaríamos viviendo algo así como la primavera del cine nacional, y que los problemas y angustias que históricamente afectaban a los cineastas, productores y gente allegada a la actividad, habrían milagrosamente desaparecido o cuando menos reducido.

No se puede negar que la situación actual del cine peruano es mucho mejor, y da para el optimismo, que la que se vivía hace algunos años, ya que la actividad está en franco ascenso y tiene una mayor visibilidad, tanto a nivel nacional como internacional. Pero las visiones del momento a veces nos juegan una mala pasada, y como ya nos pasó a fines de los ochenta del siglo pasado, cuando se creía inamovible el régimen legal de fomento que se había heredado del gobierno de Velasco, poco tiempo después la realidad golpeo al gremio, la liquidar el régimen fujimorista, sin anestesia, los beneficios que gozaba la producción nacional para llegar a las pantallas.

Hace no mucho parecía haber consenso en los gremios de cine sobre la precariedad de la actual ley 26370, mejorada y actualizada por la 29919, y la necesidad imperiosa de una nueva normativa, moderna e integral, acorde a las leyes existentes en otros países de la región. Para ese fin se impulsaron varios proyectos, el último de los cuales fue que elaboraron de manera conjunta durante varios meses el Ministerio de Cultura y representantes de los gremios cinematográficos. Lamentablemente, y como es conocido, ese texto fue observado por los tecnócratas del MEF y los funcionarios del Ministerio de Cultura no tuvieron mejor idea que encarpetarlo, lo que motivo una justa y airada respuesta de los cineastas en una comunicado público de mayo de este año.

Sin embargo, pasado el tiempo las cosas siguen estancadas en cuanto a las posibilidades de una nueva ley, pero los integrantes de los gremios ya no hablan de ello ni demandan por mayor explicación de la autoridad en cultura, tal vez por cansancio, pudor o vaya uno a saber qué razón. Total, si hay plata y concursos ¿para qué perder el tiempo en lo que puede ser o será? Similar actitud se presenta en el tema de la exhibición cinematográfica, donde el éxito de algunos y la posibilidad de estrenar –no importa en qué condiciones y circunstancias- parece haber abolido todo debate sobre cuota de pantalla y mínimo de mantenimiento, llevando incluso los planteamientos hasta su caricaturización. Y la proliferación de festivales y muestras en distintos lugares es también visto como signo de buena salud cultural, sin detenerse a  evaluar su continuidad, convocatoria y sobretodo impacto en la población.

Ello se da en medio de una renovada ofensiva neoliberal, que en artículos periodísticos y foros académicos insisten en la necesidad de terminar con los subsidios al cine nacional, apoyándose en los sucesos de “Asu mare” y otros films que “demostrarían” que se puede hacer cine rentable sin recursos públicos. Cabría preguntarse entonces si en el futuro más cercano, cuando el Estado ya no quiera o pueda seguir dotando de recursos (recordemos que la asignación se da vía presupuesto y no  mediante un fondo permanente), que pasara con la actual ley y si no se convertirá en papel mojado como hasta hace unos años. Recuérdese que falta poco más de un año para el cambio de gobierno, y ya se alzan voces, incluso dentro del propio ámbito de la cultura, que reclaman que los fondos asignados al cine se redistribuyan a los otros sectores artísticos, desvistiendo un santo para malvestir a otros.

Y ni que decir que en plena primavera se ha avanzado muy poco, por no decir nada,  en cuanto a cautelar los archivos cinematográficos o en la promoción de la producción extranjera en el territorio nacional, entre otras propuestas de la ley que se prometieron soluciones por caminos paralelos. El merecido homenaje y reconocimiento a cineastas, incluyendo el Premio Nacional a Lombardi, se quedarán en lo simbólico si paralelamente no se recuperan como patrimonio de la nación el conjunto de sus obras, y se difunden para las nuevas generaciones.

Un síntoma de todo lo anterior es que la reunión de la Conferencia Iberoamericana de Autoridades Cinematográficas (CACI) y el Programa IBERMEDIA, que por segunda vez en su historia se reúne en noviembre de este año en Perú (esta vez en Cusco), viene pasando casi desapercibida para el sector y sin mayor impacto mediático, desaprovechándose la oportunidad, contando con las autoridades y representantes de los organismos de cine y cultura de la región, de poner el tema de cine y su legislación en el centro de la noticia y el debate nacional, como si hizo en anteriores reuniones en Bolivia y Brasil, entre otras.

Cuidado con la complacencia, porque la función puede terminar y antes que aparezca el fin. Salvo, por supuesto, que reaccionemos a tiempo, que todavía no es tarde.      

sábado, 13 de septiembre de 2014

Pantalla a cuentagotas


por Christian Wiener Fresco

Mi amigo Fernando Vivas quiere ser irónico con el cine nacional, pero termina deslizando afirmaciones discutibles. En una reciente nota en El Comercio, a propósito de la feliz coincidencia de varias películas peruanas en la cartelera comercial, ironiza que el crecimiento de la producción nacional podría llevar a que sean las empresas de Hollywood las que terminen pidiendo una cuota de pantalla para proteger a sus blockbusters de cientos de millones de dólares. 

Sin embargo, este momento excepcional que vive la producción nacional, y en buena hora, es un espejismo que responde a una coincidencia de factores pero que nada garantiza su continuidad. Es decir, por un lado tenemos producciones financiadas por los concursos del Ministerio de Cultura en los últimos años, que llegan en diferentes ritmos a su estreno, al lado de películas realizadas con capital propio y con puntería comercial, buscando emular los éxitos que en su momento cosecharon “Asu Mare” y “Cementerio general”.  Ello ha sido posible, mal que bien, gracias a que el Estado, luego de muchos años, recién ha comenzado a cumplir con sus obligaciones de entregar todos los fondos que mandaba la ley de cine. De otro lado, las mayores facilidades económicas y de producción que brindan las nuevas tecnologías digitales, tanto para la realización como ahora la exhibición; y también, por supuesto, la envidiable respuesta comercial que tuvieron algunos títulos peruanos en los últimos años.  

¿Ese es todo el cine peruano? Ciertamente no, medir todo el cine peruano solo por el filtro de la cartelera comercial es dejar de lado una vasta e importante producción de cineastas independientes, experimentales y/o marginales, que difunden sus obras en los pocos circuitos alternativos y festivales existentes. Asimismo los cineastas regionales, algunos de los cuales han llegado a las salas de cine en su región u otros lugares, pero la gran mayoría siguen produciendo y exhibiendo en pequeños espacios y auditorios improvisados. ¡Puede decirse entonces alegremente que todo el cine peruano tiene acceso a la pantalla nacional?

Pero lo más peligroso es confundir el espejismo con la realidad, olvidando que el Perú ha sido históricamente un país con épocas de bonanza y recursos, para luego tener grandes caídas y crisis económica. ¿Qué pasará entonces con la ley y el presupuesto para los concursos? Y para los que piensen que somos ‘noicos’ con el tema, vean lo que ha sucedido en España con los subsidios para el cine en el régimen del PP.  Por eso los cineastas han buscado una nueva ley de cine que permita que la actividad viva del cine mismo, y no del presupuesto, para poder garantizar su continuidad. Pero el MEF una y otra vez se ha opuesto a esta iniciativa, y no hay signos de que vaya a cambiar de opinión en los próximos días. Es decir el tema no es solo, como dice el artículo, “aumentar premios y compartir incentivos con todos los estamentos de la industria, incluidos exhibidores y distribuidores”; sino como hacer viable una legislación con futuro, que permita una visión integral de todo el cine, no solo en lo comercial sino también en lo cultural, y asegure posibilidades iguales para todas las películas nacionales.

Por cierto que es una excelente noticia que haya bastante producción en el país, lo que da empleo y experticia a técnicos, actores y realizadores, que es la base de la creación de cualquier industria, y que se tenga una diversidad de expresiones, porque este pequeño “boom” se asienta principalmente en nuevos nombres y propuestas y no en los cuatro o cinco que antes monopolizaban la imagen del cine nacional.  También es muy saludable que poco a poco el público vaya quebrando sus prejuicios y resquemores frente a las películas nacionales, aunque ciertamente sería bueno pensar también en la ampliación del mercado al exterior, ya que el nuestro resulta insuficiente, y la coincidencia de películas como ahora, termina en la mayoría de casos restando antes que sumando espectadores. Y coincido con Fernando que una excelente salida sería la televisión, por lo que futuras normas e incentivos deberían considerar apoyos a la producción en ficción para la pantalla chica, en la medida que la mayoría de los canales han renunciado a realizarla por comodidad y tacañería.  

En lo que si discrepo con él es en su afirmación de “no estar por la cuota de pantalla, porque busca, ingenuamente, dictar el gusto del público. Y porque, además, la cantidad de estrenos permitirá a los cineastas locales negociar en mejores condiciones con las salas.  Por supuesto que tiene todo el derecho a estar de acuerdo o no con la llamada cuota de pantalla, pero no a tergiversarla, puesto que ella no busca “dictar el gusto del público” como dirían los liberales extremos, sino regular un mercado monopólico y dar oportunidades a que las cinematografías locales puedan acceder a sus pantallas. Y eso lo conoce muy bien Fernando, porque en la legislación de la radiodifusión peruana ya existen cuotas para la producción nacional del 30%, que ni siquiera todas las emisoras las cumplen (de allí el proyecto del congresista Tejada para lograr que las emisoras nacionales de rock cumplan la norma) y que en ningún caso han impuesto “un gusto al público”. En el caso del cine, por si no lo recuerda, la propuesta planteada por el proyecto de nueva ley contemplaba hasta un 20% para las cintas nacionales, lo que además ya estaba consagrado en el propio TLC con los Estados Unidos.       


Si ahora el cine peruano cubre o supera coyunturalmente ese porcentaje, enhorabuena, pero no nos dejemos engatusar por lo que los aficionados a la encuesta suelen llamar la “fotografía del momento”, y veamos mejor la película completa hasta los créditos finales.    

jueves, 21 de agosto de 2014

¿Cine y Mercado, o Mercado del Cine?

por Christian Wiener Fresco


Ponencia presentada al Cuarto Encuentro Nacional de Cultura, realizado en el Museo Metropolitano de Lima, en la Mesa de Políticas Públicas y Cultura del 20 de agosto del 2014.

Una de las políticas públicas en el campo de la cultura más visibles en todo el mundo es la relativa al fomento o promoción de la cinematografía. Hay varios factores que explican esto, como que se trata de una industria costosa y que requiere un sofisticado soporte tecnológico, que al fomentar y democratizar la producción y difusión, se permite el acceso al cine de personas de toda condición y lugar. También que es un arte colectivo, que da trabajo a gran cantidad de personas, estimulando además el desarrollo de servicios conexos y auxiliares, incluido el sector turismo. O que es un poderoso medio de comunicación, factor de entretenimiento y formador de conciencias de la mayor importancia en el siglo XX y XXI. Y más aún, su carácter de importante elemento de identidad y expresión de la diversidad cultural al interior de los países y el mundo. Finalmente, y no menos importante, es que el mercado de la distribución y exhibición comercial cinematográfica no es libre, y se encuentra dominado en casi todo el mundo por el oligopolio de la industria hollywoodense, de lo que el Perú ciertamente no es una excepción.


Sea como sea, lo cierto es que actualmente suman más de 140 los países en el mundo, según datos de la UNESCO, que tienen algún tipo de ley, norma o disposición favorable a su cinematografía, en diversos aspectos y alcances. Así, encontramos desde los que financian directamente desde el Estado toda su producción y exhibición cinematográfica, caso de los países socialistas y algunas naciones islámicas (lo que no evita que por ejemplo en Cuba se esté discutiendo la necesidad de una ley para los realizadores fuera del ICAIC); a otras que promueven con diversas políticas y estímulos fiscales, la inversión privada y la producción propia (o en coproducción con otros países); y las que buscan sostener e impulsar la industria regulando el mercado, o ambas cosas, etc. Incluso hay países de gran producción fílmica, tipo la India con Bollywood –que tiene la mayor cantidad de películas al año- o el propio Estados Unidos, que si bien no impulsan acciones de promoción directas a su cine como en otras partes, no dejan de contar con políticas de Estado, tanto para consumo interno como externo de sus producciones, al mismo tiempo que promueven el mercado libre para las otras naciones. Una muestra de ello es que en todas las negociaciones de comercio internacional donde participa los Estados Unidos, incluido los TLC y ahora el TPP, es infaltable el lobby de la MPPA, el conglomerado de las grandes empresas distribuidoras norteamericanas.

De resultas que las leyes y normas de promoción a los cines nacionales no son la excepción sino más bien la regla habitual en el concierto internacional, abarcando cada año a más países, incluso de incipiente producción, como El Salvador, Panamá o Paraguay en América Latina, que empiezan a tener una presencia internacional gracias a esas políticas. Claro que los incentivos y regulaciones han sido una historia de marchas y contramarchas, al vaivén de las políticas económicas, recursos fiscales y convicciones políticas de los gobernantes de turno, tan volubles como la taquilla del público.     

Se puede concluir entonces que cuando los periodistas neoliberales editorializan enérgicamente contra las leyes de cine y cualquier tipo de participación estatal en la materia, parten del desconocimiento más elemental del fenómeno cinematográfico internacional, aderezado por supuesto con sus prejuicios y anteojeras ideológicas. La prueba más clara de ello la tuvimos en el editorial del 15 de abril del 2013 de “El Comercio”, donde a propósito del éxito comercial de “Asu mare”, se quiso pontificar no solo contra medidas como la “cuota de pantalla” que se venía proponiendo en un proyecto de nueva ley de cine promovido por el Ministerio de Cultura, sino cualquier tipo de proteccionismo al medio, más aún con fondos públicos, los que supuestamente estarían mal usándose para financiar proyectos privados que deberían participar con la suya, y nada más, en el mercado.

Olvidan, por supuesto, que la cuota de pantalla es un mecanismo para asegurar un mínimo de espacio anual para la difusión del cine nacional en las pantallas de las salas de cine comercial. No es algo privativo del cine, ya que en la vigente Ley de radiodifusión se contempla una cuota de pantalla del 30% para la producción nacional en las estaciones de radio y televisión peruanas. Agreguemos que la cuota de pantalla propuesta en el proyecto de ley presentado por el Ministerio de Cultura no se planteaba de forma obligatoria e ineluctable, sino como una posibilidad o potestad de la autoridad de acuerdo a diferentes variables, como el volumen de la producción nacional y la cantidad de espacio que permitan las salas a la difusión de las películas peruanas. Y el porcentaje máximo que podría alcanzar esta cuota era el 20%, que no es una cifra arbitraria, sino que estaba consignada en el Tratado de Libre Comercio del Perú con los Estados Unidos, donde se garantiza que hasta ese número nuestro país, de manera facultativa, podría condicionar su presencia en el mercado audiovisual. Por ende, no se trataba de imposiciones ni censuras,  ya que cada quien es libre de ver lo que quiera, pero  si  abrir oportunidades para que el cine peruano no sea, en su gran mayoría, el inquilino casi molestoso en su propio país, y pueda llegar de manera regular y segura a su público natural en similares condiciones a los otras cinematografías, incluyendo los grandes bolckbusters norteamericanos que nos invaden cotidianamente las pantallas. La cuota de pantalla, por lo demás, se aplica en países europeos como Francia y España, en Argentina y Brasil y en Corea del Sur, por mencionar solo algunos ejemplos, y en esos países no ha eliminado la “competencia” estadounidense, pero si cautelado y potenciado a su cine propio.

¿Qué otros mecanismos de apoyo o fomento recibe la producción cinematográfica en diferentes lugares? Vemos los casos más comunes:

  1. 1.   Subsidio o asignación directa de recursos del presupuesto general, y entrega de premios y ayudas no reembolsables bajo la figura de concursos. Es una de las modalidades más frecuentadas, que se aplica actualmente en el Perú con la ley 26370 y su modificatoria de la 29919. El gran peligro es la fragilidad de su vigencia, sostenible en tiempos de relativa bonanza económica, y dependiente de la voluntad política de los gobernantes y funcionarios de ocasión.
  2. 2.    Constitución de un fondo, a través de fideicomiso, con un capital inicial considerable, luego amortizado con los intereses. Es una modalidad desarrollada en Chile y en parte en México, que permite contar con un capital propio y autónomo, pero que requiere de una decisión de inversión inicial del Estado, importante y significativa,  y una manejo financiero prudente y transparente.
  3. 3.    Préstamos blandos y créditos  de bajo interés. Es una práctica que puede y de hecho funciona en un contexto de otras ayudas, y con una industria medianamente instalada y un mercado consolidado. Caso contrario, como sucedió en Bolivia, el resultado puede ser catastrófico, ante el poco retorno económico que genera el cine; lo que terminó endeudando a los cineastas y productores.
  4. 4.    Creación o derivación de un impuesto, tasa o aporte a un fondo, lo que se aplica en Argentina y Colombia; y que fue propuesto, sin mucho éxito, para ser replicado en el Perú. En su mayoría, estos ingresos provienen de la propia actividad cinematográfica (el boleto de entrada a los cines) y permite una recaudación permanente y sostenible para diversas áreas del cine. Otras modalidades son las que se aplican en el Reino Unido, donde la fuente central de aporte a la cultura en general, incluyendo al cine, es la lotería.
  5. 5.    Exoneración de impuestos, total o parcial, en favor de los productores, sea en la etapa de producción o en la exhibición, como permitía la anterior ley de cine de los tiempos de Velasco, la 19327, que aunado con la exhibición obligatoria de cortos y largos, concedía a las empresas productoras, como parte de su ganancia, el monto del impuesto fiscal que renunciaba el Estado del boleto de entrada al cine en favor de ellos.  
  6. 6.    Estímulos fiscales a las empresas privadas que aportan en cultura, también conocido como leyes de mecenazgo, que han tenido gran éxito en Brasil, y algo menos en Chile, Colombia y México. Aquí se hace un intercambio de impuestos de las empresas por apoyo a la cultura en diferentes porcentajes y características que sean significativos para el sector audiovisual, sin afectar las arcas del Estado.
  7. 7.    Participación  de empresas del Estado y paraestatales en la coproducción y  difusión de películas privadas. Los casos más comunes son las televisoras del Estado, como fueron en Europa la TVE, ZDF, RTF, RAI, antes que llegaran los tiempos de la crisis y las vacas flacas fiscales. En nuestra región estas ayudas, de darse, serian poco significativas por el poco peso y capital que disponen las televisoras públicas.
  8. 8.    Fondos no retornables o créditos blandos de procedencia local, que promueven la realización cinematográfica en diversos Estados o regiones de los países, buscando resaltar su identidad regional, como se aplica en Brasil, México o Venezuela. 
  9. 9.    Programas de acuerdos regionales, como IBERMEDIA o la RECAM en Mercosur, que integran los capitales de países para financiar proyectos de coproducción y eventualmente distribución de películas entre las naciones miembros.

Como puede colegirse por lo anterior, existen variadas formas de apoyo al cine desde el sector público, que no necesariamente son opuestas entre sí, y que se aplican con intensidades diversas y resultados diferentes a lo largo del mundo. Suele suceder sin embargo, que la tecnocracia económica, enquistada en los ministerios de economía y organismos financieros, es muy reacia al gasto “superfluo” que para ellos supone la cultura, y por eso suelen impedir o boicotear estas iniciativas a favor del cine con los clásicos argumentos de la disciplina fiscal, la supuesta inconstitucionalidad de la asignación, o la simple falta de recursos. Es lo que sucedió recientemente con el MEF, cancelando las propuestas contenidas en el proyecto de la nueva Ley de cine que se discutió en el ministerio de Cultura, por “insalvables diferencias con los criterios de política económica y fiscal” que maneja la todopoderosa institución,  sin tener en cuenta la sentencia del Tribunal Constitucional (Exp. 0042-2004-AI/TC) que precisa que la promoción de la cultura también constituye un deber primordial del Estado social y democrático de Derecho, y agrega que “el Estado puede promover las manifestaciones culturales, legítimamente, mediante el ejercicio de la potestad tributaria; por cuanto los fines económico, sociales, políticos y culturales son también objetivos a cumplir con la imposición de tributos o con su exoneración”.

Y es que el apoyo a la cultura, y concretamente el cine, no es un asunto “técnico”, ni que se resuelva a nivel de funcionarios de rango medio, por más buena voluntad y entusiasmo que prodiguen. Es esencialmente un asunto de voluntad política de las más altas esferas políticas, de convicción y decisión que los lleva a apostar por el apoyo a esta actividad, independientemente de las motivaciones políticas ulteriores que la motiven. Ha sido el caso de los Kirchner en Argentina, Lula y Rousseff en Brasil, Lagos y Bachelet en Chile, Vásquez y Mujica en Uruguay, Santos en Colombia Chávez en Venezuela, o Correa en Ecuador; por citar solo algunos ejemplos visibles de mandatarios de la región, de diferentes ideologías, que han apostado a su cine de manera significativa en los últimos años, con un crecimiento espectacular y resultados esplendidos. Pero claro, para ello se requiere de personas con sensibilidad humana y artística, o cuando menos rodeados de asesores que la tengan, medianamente informados sobre la importancia del cine y lo audiovisual en el mundo actual, y que tengan cuando menos alguna noción de política cultural desde el Estado, más allá de los lugares comunes y clichés de seguir considerando la cultura como adorno folklórico y saludo a la bandera en gran parte de los planes de gobierno. 
Ese es justamente uno de los grandes problemas del Perú, país presidencialista por excelencia, pero donde los que han ocupado estos cargos muy poco se han interesado en la cultura y específicamente el apoyo al cine, incluso los que se preciaban de “cultos” y “cosmopolitas”. Y Ollanta Humala no es una excepción, ya que su omisión reiterada de la cultura en sus mensajes anuales es una prueba más de lo poco que le preocupa el tema, más allá de la retórica de ocasión en ceremonias oficiales, que se traduce empero en una nula política cultural propia, por más esfuerzos del Ministerio de Cultura por crear la ficción de su existencia.
Todo eso se traduce en que el Perú, pese a exhibir una boyante economía y que en los últimos tiempos se ha cumplido –luego de mucho tiempo- con asignarse los fondos estipulados en la ley 26370 que permitieron más concursos y premios que años anteriores, se ubique en Sudamérica en quinto lugar en la región en cuanto a la asignación anual de montos de apoyo para su cine (un poco más de 2 millones seiscientos mil dólares), bastante por debajo de Brasil, Argentina, Colombia, Chile y Venezuela; y apenas por encima de Uruguay y Ecuador.
En esas circunstancias, cuando se producen fenómenos comerciales con películas realizadas al margen de las ayudas del Estado como “Asu mare” el año pasado o en menor grado “A los 40” este año, que convocan a millones de espectadores, rompiendo el mito de los últimos tiempos de que al público peruano no le gusta su cine; era previsible que se reaviven voces desde la ortodoxia neoliberal para cuestionar el sistema de ayudas público frente al veredicto del sacrosanto mercado.     
Lo que estos sectores no quieren entender es que el cine es mucho más que una mercancía que se oferta en el mercado y se vale del marketing como cualquier otro producto comercial, es también una forma de expresión personal y con un importante valor identitario, por lo que resulta imprescindible que el Estado garantice la pluralidad de sus expresiones. Esta debe incluir a películas de neto corte comercial y fácil empatía con el público masivo hasta, en el otro extremo, las propuestas más herméticas y experimentales, pasando por otras alternativas fílmicas como las obras en competencia en festivales internacionales o el cine regional, por citar dos casos. Si el Estado no tiene una intervención, cuando menos en el incentivo a la producción, lo único que sobreviviría serían las películas abiertamente comerciales por la lógica precisamente de un mercado distorsionado por el monopolio estadounidense y una población con los más bajos índices de comprensión de lectura en el continente. Fíjense que el éxito de las películas antes mencionadas, y algunas otras más, no ha impedido que se sigan presentando en los meses recientes los reiterados conflictos de los productores con los exhibidores nacionales, boicoteando el estreno de sus películas que no se amolden a esa matriz comercial, con mil y un pretextos y argucias que le permiten su situación de poder.
Finalmente todo esto no quiere decir que el fomento público al cine tenga que ser ajeno al mercado, sino todo lo contrario. Por eso la preocupación de garantizar que las películas peruanas puedan acceder a la pantalla, y no excluidas de su propio mercado natural. Pero resultaría insuficiente que el Estado se aboque en exclusivo a una tarea de control y regulación, olvidando sus otras obligaciones de formación de público que nunca ha sido abordadas en el país, al punto que el tema audiovisual, increíblemente en pleno siglo XXI, siga excluido de las currículos escolares, pese al mandato –nunca cumplido ni reglamentado por el MINEDU- de la Ley 26370, salvo en aquellas instituciones privadas que por su propia cuenta se han preocupado en desarrollarlas. Por esta razón fue que a lo largo de todos estos años de intenso debate sobre una nueva ley de cinematografía y el audiovisual insistimos tanto en la necesidad de su integralidad, de ver toda la problemática del sector en su conjunto, como sucede en otros países de la región, y no limitada a la consecución de más recursos para la producción. Eso abarca aspectos como la necesidad de una Cinemateca Nacional, que preserve nuestra memoria audiovisual,; el impulso a la filmación en el país, tanto nacional como metropolitana, con normativas reguladoras que promueven e incentiven, incluso con beneficios fiscales, el trabajo profesional en sus localidades; y el respaldo a la exhibición cultural, enormemente simplificada en estos tiempos de nuevas tecnologías digitales, apoyando tanto actividades y eventos como los festivales y muestras, así como el establecimiento de cineclubs y salas de arte y ensayo, que sean ventanas permanentes para la difusión del cine peruano, latinoamericano e internacional de interés cultural y artístico, y que no tiene, en la mayoría de casos, acceso a los circuitos comerciales de exhibición.
En resumen, una visión de conjunto del cine, que abarque sus necesarias dimensiones comercial, industrial y profesional, que todavía se encuentran por construirse en el país, pero al mismo tiempo también, que no descuide su rol cultural y educativo de primer orden en el mundo de hoy, tan dominado por las imágenes y los sonidos. Más aun y como mencionaba Octavio Getino, en momentos que las nuevas tecnologías nos permiten compartir soportes y plataforma de producción y difusión  en cine, televisión, internet y dispositivos móviles; que deberían facilitar que más gente pueda acceder a los contenidos audiovisuales si se pensara desde el Estado en el bien común, antes que en las ganancias sectoriales y personales “construyendo marcos y ambientes nuevos y propicios para potenciar nuevas dinámicas en materia de educación, comunicación y cultura.

lunes, 17 de marzo de 2014

Paisana Jacinta o la denigración institucionalizada

por Christian Wiener


Hace algunos días viene circulando en las redes sociales una solicitud para demandar el retiro del programa “La Paisana Jacinta”, que acaba de relanzarse por Frecuencia Latina. Yo he sumado mi firma a la demanda, y promovido que otros también lo hagan, por  lo que quiero explicar las razones que motivan mi actitud.

No voy a ahondar en lo dicho y comentado en múltiples artículos en referencia a este espacio y su contenido racista y denigratorio para la mujer andina tras la careta de burdo humor popular. Tampoco es una novedad referirse a lo profundamente racista y discriminatoria que es la sociedad peruana, en todos los estratos y niveles; actitud que se expresa de forma más cruda y desembozada de tanto en vez, la última de las cuales –para nuestra vergüenza  internacional-fue a raíz de la  muerte de la cantante del grupo “Corazón Serrano”.

Entonces, y si somos mínimamente consecuentes con la constatación previa, es menester exigir que la televisión nacional elimine los mensajes que lejos de contribuir a erradicar esta lacra, alimentan y consolidan prejuicios y estereotipos de la peor especie.  No olvidemos que la televisión es –aunque no lo parezca-un servicio público, que se vale de las ondas hertzianas que le concede el Estado para llegar a la población.  Si no tuviéramos legislaciones y autoridades tan timoratas en los organismos encargados de regular la comunicación, ya habría correspondido, como sucede en cualquier país civilizado del mundo,  tener una intervención de oficio por ser tan evidente el atropello, y que desde hace años origina malestar en buena parte de la población.  

Si una discoteca, restaurante o cualquier lugar público es penado –con razón- por prácticas que se consideran discriminatorias, sea por motivos étnicos, culturales, religiosos, sexuales o políticos, ¿por qué esta misma prohibición no se aplica a los medios de comunicación? ¿Es que tienen corona o nadie se atreve a tocarlos por temor a su influencia política? En algunos casos, se podría decir, incluso,que el daño es mayor en estos últimos, ya que sin desmerecer el impacto de los primeros en sus víctimas, el alcance es  de mayor amplitud y de manera más sostenida en los segundos.

He escuchado a algunos reclamar que este es un tema de libertad de expresión, como si desconocieran que las libertades de unos terminan donde afectan las libertades de otros, como es el caso que comentamos. Otros dicen que es un tema de elección, y que si no te gusta “La Paisana Jacinta” tienes la opción de cambiar de canal o apagar la televisión. Claro, con esa lógica no debería sancionarse a una discoteca o playa discriminadora, porque total, hay otras a las que se puede asistir sin problemas (con lo que estaríamos empezando a convalidar los ghettos y reservaciones para los “otros”).

Pero lo que parece olvidarse muy fácilmente por quienes creen que se hace una tormenta en un vaso de agua en este tema es que los medios, y en especial la televisión, no son solo vehículos de entretenimiento e información –imparcial o manipulada, es otro cantar- sino también, y aunque no sean conscientes de ello y les pese, de tipo educativo. Y al hacer mención a esto último no nos referimos tanto a contenidos, propuestas didácticas o estrategias pedagógicas, que por supuesto los directivos y  trabajadores de los canales desconocen por completo, sino a algo más simple y concreto, que es la transmisión y formación de valores y actitudes ciudadanas, tan venida a menos en el país. Eso no significa reemplazar el rol de la escuela y la familia, que debe ser central en esta área, pero si evitar el boicot de una televisión donde se sigue perpetuando el racismo y la denigración como algo natural y “gracioso”, con el peligro de afectar especialmente a los menores, como lo relata la siguiente crónica publicada en LaMula:

“Hoy soy testigo de cómo se repite la historia. De cómo la violencia que yo ayudé a generar hace más de 10 años es generada hoy por mi hermano menor. Él acaba de entrar a primero de secundaria y todos sus amigos, sin excepción aparente, prenden su televisión a las 7pm para sumarse a los millones de peruanos que diariamente se burlan de la paisana -y de sí mismos en el proceso- mirando el nocivo programa. Me cuenta que, en su salón, hay una pequeña y tímida niña chaposa de apellido Ñaupari, a la que ya algunos empiezan a llamar “Jacinta”. Me cuenta riendo que, para dirigirse a ella, solo repiten “ñañaña” incansablemente. Me cuenta que a los profesores parece no importarles. Me cuenta que no pasa nada, porque cada salón tiene su Jacinta o su Jacinto (o su Huasaberto). Cuando le pregunto, "¿qué te parece gracioso de la paisana?", sus respuestas son directas: es bien cochina; es bien estúpida; es bien fea (y él no deduce que es fea, se lo dicen en el programa, y él aprende que ese cuerpo es un cuerpo feo); por cómo tiene los dientes; por las cosas que le hacen; por cómo habla; cómo camina; por cómo se viste, por cómo se orina en las calles. En resumen, por cómo es. Por lo que es.


Ojalá que la campaña ciudadana para el retiro definitivo de “La Paisana Jacinta” logre sus frutos, y que pronto este programa y su humor denigratorio sean solo un mal recuerdo. Por supuesto, eso no va  a resolver el problema del racismo y la discriminación en el país, que es un asunto mucho más profundo y complejo, pero será un primer e importante paso para empezar a encararlo de forma seria e integral. 

Lo más importante, sin embargo, es que si se logra esta acción se estaría sentando un importante precedente de participación ciudadana sobre los medios de comunicación, que mañana o más tarde se traduzca en una defensoría del televidente, que organismos como CONCORTV dejen de ser meramente simbólicos y adquieran carácter vinculante y sancionador en sus funciones, y, porque no, empezar a discutir abiertamente sobre una verdadera ley de medios en el Perú,  para que los dueños de los mismos no se sigan sintiendo impunes e intocables con el cuento de la libertad de ellos, gracias a su fuerza mediática y económica y la anuencia de la clase política, tan medrosa para enfrentar a los poderes fácticos.