miércoles, 7 de agosto de 2013

En blanco y negro o a todo color

Por Christian Wiener Fresco


El otro día ingrese al  portal web de Tondero films y representaciones; y me percaté que en la galería de fotos de sus representados, entre los que se incluyen decenas de actores, actrices, conductores y cantantes; no se encontraba ninguno de rasgos indígenas o afroamericanos. 

En realidad este hecho no debería llamarnos la atención, ya que desde hace mucho tiempo en la televisión, publicidad e incluso buen parte del cine y el teatro peruano, es casi inexistente la presencia de otras personas que no correspondan al fenotipo blanco occidental,  como si fuéramos, al decir de Jorge Bruce, un país escandinavo. Lo que sorprende sí, es que el portal al que aludimos sea de la empresa que produjo el gran éxito comercial de “Asu Mare”, que supuestamente promovía el ascenso y la inclusión social y es producto de bandera de la “Marca Perú”.

Se cree equivocadamente que solo existe racismo cuando se hace ostensible y grosero, caso de algunos personajes cómicos, programas de concursos o en coyunturas especiales, cuando las pasiones se crispan, como las elecciones, pero se olvida que tan o más discriminatorio es la invisibilización de los otros, la negación de su presencia, que se encuentra tan acendrada en la ideología de las mayorías que casi no lo perciben o les parece natural. Muy significativo fue al respecto la airada reacción de ciertas elites al proyecto fotográfico de Daniela Ortiz, con escenas cotidianas de familias pudientes que descubrían a escondidas la presencia de 97 empleadas domésticas, convertidas en adornos y fondo de las imágenes.


Nadie duda que los mensajes racistas, machistas y de exclusión social sean práctica cotidiana en los medios de comunicación consumidos por millones de peruanos.  Sin embargo no existe sanciones  porque la actual Ley de Radiodifusión deja en manos de los dueños de los medios la “autorregulación”, que es una farsa conocida y admitida.

Es insólito que mientras un local púbico puede ser cerrado por prácticas que se consideren racistas y discriminatorias, ello no se aplica a los medios de comunicación, que pueden insultar y burlarse impunemente y no reciben mayor sanción que la social (tenemos el triste privilegio que un periodista peruano ganó el premio ‘al artículo más racista del año’ de una organización internacional que defiende a las organizaciones indígenas). Y si alguna autoridad osa siquiera cuestionar a un medio, estos inmediatamente reaccionan en conjunto, alegando un supuesto atentando a la libertad de expresión, que en realidad no es más que libertad de empresa.
Cuando se habla de la crisis de nuestro sistema educativo se suele soslayar el rol de los medios de comunicación en la formación de valores y prácticas ciudadanas y de una conciencia intercultural. Y no porque creamos a estas alturas en teorías como la de la aguja hipodérmica o de la influencia directa de los medios en el comportamiento humano, descartadas por su determinismo y unidireccionalidad; lo que no significa, empero, obviar el peso de los mensajes mediáticos en el menú cotidiano, más aún en niños y jóvenes que conviven con ellos y lo reproducen como algo “normal no más”.  
Urge por tanto poner en evidencia la continuidad del mensaje racista en nuestra sociedad, y vale los esfuerzos de denuncia en las redes de colectivos y personas que son cada vez menos tolerantes frente a la discriminación. Pero con todo, es insuficiente, correspondiendo al Estado, y en particular al Ministerio de Cultura, encabezar una campaña por visibilizar nuestra diversidad cultural, no sólo desde la comida, el folklore o la vestimenta; sino en la persona humana y su relación intercultural. Esa que suele olvidarse en los castings y promociones de las empresas exitosas, porque del dicho al hecho, hay casi siempre mucho trecho.

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